Decir lo que diré, lo reconozco, puede ser políticamente incorrecto aunque el debate electoral debiera ayudarnos para sincerarnos. Sigamos.
(3) En Bolivia, la organización social, corporativa y fascista trasladada a la política y que no valora al ciudadano, plantea una imposibilidad casi total a la irrupción de liderazgos fuera del establishment. No hay espacio para los outsider, aunque las encuestas digan que el 65% quiere líderes nuevos.
El reconocimiento meritocrático debe resolverse primero en el gremio, el sindicato, la junta vecinal, las roscas, las asociaciones, las comparsas, las cofradías, las logias, los comité…. Cada una de esas estructuras son rigurosamente exigentes con las condiciones demandadas para que el «nuevo» garantice una continuidad o un cambio sin sobresaltos. Quien aparezca con ideas propias y fuera del sistema, es sistemáticamente descabezado.
Esa conducta corporativa, por la debilidad del sistema político y la ausencia de escuela que formen cuadros más allá de los méritos de la prebenda y la obediencia obsecuente, se manifiesta en los partidos políticos de la misma manera. Cada partido tiene una suerte de oligarquía interna que impide que los nuevos líderes irrumpan normalmente, y quienes lo aspiran, deben plantear una ruptura y una nueva organización, que a su vez, repetirá el comportamiento. El único partido político de cuadro y masas que sobrevivió en la Bolivia democrática a sus fundadores, «dueños» o propietarios, ha sido el MNR. Los demás quedaron como siglas de negociación y reparto.
El paso de la sociedad civil corporativa a la sociedad política corporativa, no traslada afectos ni militancia. El caso más evidente es el del indiscutible líder de los trabajadores bolivianos, Don Juan Lechín, podía tumbar gobiernos pero no ganaba elecciones. Es como si la sociedad dijera, cada uno en lo suyo.
Esta conducta es parte de la sociología política mundial y quien quiera profundizarla, revise Robert Michels (La Ley de hierro de la Oligarquía), Gaetano Mosca (La clase política), Vilfredo Pareto (El ascenso y la caída de las élites), y el clásico, Max Weber (¿Qué es la burocracia?).
La realidad está ratificando la validez de estas propuestas, y el intento de Negri, Hardt y sus seguidores que propusieron a las muchedumbres y movimientos como ejes, no ha logrado superar la evidencia siendo criticados por «mostrar poca originalidad al cambiar el término de masa o proletariado por el de multitud.» El MAS es la mejor evidencia; teniendo la disponibilidad económica, social, burocrática y de poder más extraordinaria de la historia, debe rendir hoy cuentas por el «secreto a voces» de corrupción, demandas de pedofilia y narcotráfico, con acusaciones entre ellos mismos.
¿Cuáles las lecciones? Volver a la realidad, a las fuentes del conocimiento, al fortalecimiento de la política y los partidos. Volver a la formación de cuadros y masas, como lo hacía muy bien el Viejo Lechín, que en eso, era un Maestro. Lo otro será una desgastante negociación de encuestas, dinero, egos, mesianismo, primarias imposibles y siglas, que se están entreteniendo buscando un salvador.
La respuesta está en la ciudadanía.
Gracias Roberto Barbery Anaya, Carlos Toranzo Roca, Horts Grebe, Gustavo Fernández, Fernando Calderón Gutiérrez, y a los siempre presentes Susana Seleme, José Mirtenbaum, José Ortiz Mercado, Filemón Escobar, Luis Lairana Franco. Los convoqué a todos con un café de por medio, los escuché y releí alguno de sus textos. Declaro que ellos no son responsables de estas palabras políticamente incorrectas.