Mi padre, Gilberto Molina Barbery, médico de profesión, consulta y servicio, atendía pacientes que venían de todos los pueblos. Ello trajo como consecuencia que en la casa no faltara la provisión de productos de la tierra (queso, gallinas, huevos, frutas), con los que la gente llegaba como agradecimiento, y en otras, como retribución material por la salud recuperada…
En una oportunidad, una señora avecinada en la zona de Buena Vista, trajo una bolsa de café en grano verde. Cafesero, conversador y fumador, al día siguiente llegó con una paila de tamaño prudente a las necesidades, una cuchara de madera y una moledora de carne de boquilla ajustable… y él personalmente y con la sonrisa picaresca que te estás imaginando, procesó el primer tueste y molido…
Desde entonces y como una impronta, mi casa y mis recuerdos tienen fijado el cadencioso aroma del café de grano recién tostado y molido…
Esa es la historia feliz de este asunto, ahora me doy cuenta. Memoria celular, diría Chato Peredo.