Plácido Molina Barbery se vuelve gigante cuando conversamos estos temas. Le debemos el testimonio gráfico de la belleza extraordinaria de lo que había en Chiquitos a finales de la década del 1940 y que luego sirvió para su restauración, reconstrucción, construcción… gracias a sus fotografías, conocimos a los chiquitanos en su vida cotidiana y a la precisión de sus tomas, la posibilidad de restaurar el altar mayor de San Ignacio de Velasco, por ejemplo.
Hombre apacible, profundo, educado, estudioso, investigador, decía que aprendió de su abuela Leocadia Ibáñez de Barbery, hija de Andrés Ibáñez, a expresar su opinión con claridad y firmeza, de manera contundente y tierna, con paciencia y tozudez; fueron virtudes que permitieron que con sus fotos y sus investigaciones, tocara las puertas necesarias para hacerse escuchar en la causa justa de restablecer la magnificencia del Chiquitos que hoy conocemos.
Agradeció siempre la oportunidad de la cámara que le había regalado su entrañable amigo Rafael Gumucio para realizar la proeza.
Resulta tan fácil, ahora, seguir sus caminos. Qué bueno es honrar su trabajo y su memoria.