La Guerra del Chaco, la Revolución del 9 de abril de 1952 y el retorno a la democracia el 10 de octubre de 1982, marcan el camino de la Bolivia democrática. Los tres eventos tienen su sello propio.
Quienes fueron a la Guerra del Chaco lo hicieron como combatientes y retornaron ciudadanos; Bolivia no solo combatió con un enemigo externo, debió enfrentarse con la realidad de no haber construido patria en el territorio. Lo desconocido no solo era el frente de operaciones, era la gente que habitaba la geografía de sus 9 departamentos y la ausencia de compromiso hacia ella. La oligarquía minero-feudal creó una ficción que no iba más allá de los cuarteles, las minas y el Palacio Quemado.
La Revolución Nacional aportó sociedad, a la geografía y al aparato administrativo de poder. Frente a la necesidad de ejercer el voto y reconociendo el analfabetismo de las mayorías, se inventaron las papeletas electorales de colores. El Estado tomó control de los recursos naturales, la tierra, e incorporó educación, reforma urbana y los territorios del Oriente, el Chaco y la Amazonia.
Acostumbrado a vivir en el Altiplano y a importar lo que no producía, cambió la consigna por el desarrollo nacional. Y la violencia legal en nombre de la revolución, desbarató confabulaciones y anuló a la oposición.
Luego de varios ejercicios fallidos, matizados con golpes de Estado y rupturas, llegó el 10 de octubre de 1982 acompañado de la democracia pactada para mantener el Estado de derecho y la gobernabilidad. Este periodo está marcado por la hiperinflación, el Decreto 21060, los ajustes estructurales, las demandas de descentralización del poder, confrontaciones por el agua y el gas, marchas indígenas reivindicatorias, la aplicación de un modelo boliviano de desarrollo conocido como participación popular y la propuesta del proceso de cambio con sus reformas políticas y sociales desde el año 2006.
Cada uno de los tres momentos generó sus respuestas y abrió nuevas agendas por demandas de una sociedad insatisfecha e inconforme. El pedido del Mariscal Sucre de “mantener unida la obra de su creación” fue una consigna que logró imponerse no siempre de manera reflexiva y pacífica, y el orden de los cuarteles se amplió a la vida cotidiana.
Construcción después de la guerra, después de la revolución y ahora, en democracia, mantienen activa la resiliencia de la sociedad boliviana. Si aplicamos la dialéctica, las tareas del tercer milenio de nuestra democracia tienen que ver con la inclusión, integración a procesos de desarrollo económico internacional, lucha contra la pobreza, construcción de ciudades, fortalecimiento de la capacidad alimentaria y reconocimiento de las nuevas dinámicas de poder generadas por territorios autónomos, movilidad social y migración. Marcado todo por la internet y la competitividad digital.
Otra constante de nuestros procesos, es que el poder ha sido renuente a reconocer las dinámicas que se desarrollan en la sociedad, y con soberbia y prepotencia, se ha negado acompañar los cambios necesarios. La historia demuestra cuáles han sido los resultados y nos haría bien recordarlo frente a estos momentos de ultimátums y negaciones. Los 40 años de nuestra democracia, lo merecen.