Seamos coherentes… si somos un estado pacifista internacionalmente, y así lo hemos incorporado en la constitución, enfrentemos nuestra violencia interna dando un salto de consciencia colectivo y renunciemos conscientemente a un instrumento de violencia legal. No existe razonablemente ninguna situación potencial de confrontación bélica con nuestros vecinos para defender nuestra soberanía y nuestros potenciales escenarios y juegos de guerra, no tienen posibilidad de realizarse en los 7777 km que tienen nuestras fronteras.
El sólo pensarlo, activa el compromiso para debatir lo que tendríamos que hacer para no necesitar fuerzas armadas y fortalecer los sistemas de seguridad ciudadana que no necesiten tutelaje de la violencia estatal. Y me hace pensar en lo que podríamos hacer liberando esos recursos en favor del desarrollo.
Recordé mi propia experiencia al haber vivido en Costa Rica, país que ha aprobado un Estatuto de neutralidad perpetua, activa y desmilitarizada en 1983, y que ya había abolido el ejército en diciembre de 1948, confiando su seguridad externa a las normas y mecanismos del Derecho Internacional.
En marzo de 1985 gracias a Mario Alberto Víquez, conocí a José Figueres Ferrer en su propiedad “La Lucha Sin Fin” ubicada en la zona de los Santos, en el sur de Costa Rica. Llevaba la grata misión de entregarle una carta del Rector de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno Jerjes Justiniano Talavera, invitándolo a recibir el Doctorado Honoris Causa. Figueres había estado un par de años antes en Santa Cruz y además de haber quedado enamorado de la capacidad productiva que veía, se había convertido en una suerte de embajador boliviano ante empresarios y académicos costarricenses y centroamericanos, propiciando viajes e intercambios. Tenía además un merito político que la Universidad quería relievar, pues habiendo triunfado su movimiento Liberación Nacional en la guerra civil de 1948 y teniendo en ese momento todo el poder en sus manos, había decretado la abolición del ejército.
La abolición fue llevada a rango constitucional al suprimir el ejército como una institución permanente y crear la policía civil para el resguardo del orden público; esta medida permitió utilizar los presupuestos antes asignados al ejército en el desarrollo del aparato educativo principalmente, traspasando el cuartel militar Bellavista a la Universidad de Costa Rica para que allí se instale el Museo Nacional. Figueres mismo, en un acto testimonial y maza en mano, derribó unos muros del cuartel.
Razones de salud impidieron se concrete el reconocimiento. Sin embargo, en la confianza de la conversación que sostuvimos, mi curiosidad de ciudadano de un país famoso por los golpes de estado me llevó a preguntarle cual había sido el sentimiento que lo había llevado a tomar la medida. Fueron tres, me dijo. La necesidad de fortalecer la educación y aprovechar el préstamo de libre disponibilidad y a fondo perdido que nos estábamos haciendo; el impedir que en el futuro puedan aparecer militares aventureros que atenten contra la democracia, y el tercero, el reconocer que los soldados eran campesinos y trabajadores de familias de origen humilde, y teniendo Costa Rica una necesidad de ciudadanos y trabajadores responsables, esta era la mejor manera que el Estado devolviera a los jóvenes a sus familias, para que estudien y produzcan la tierra.
En tiempos de tambores de guerra, sería un testimonio extraordinario.